El más importante bastión de este mito, que es el lobo, es sin lugar a dudas la zamorana sierra de la Culebra. Allá en el Occidente, donde empieza la olvidada y pintoresca comarca de Aliste, el lobo corre y sobrevive en estas pequeñas sierras de cuarcitas plegadas. Cuarcitas, que llegan en algunos lugares a tener buzamientos verticales y que aparte de ser fantásticas atalayas para aguardar durante horas el cruce fugaz de un lobo, al naturalista curioso, le permiten entretenerse con la lupa y ver muy interesantes líquenes. Así habituales de las rocas silíceas se encuentran Rhizocarpon geographicum, Rh. lecanorinum, Rh. obscuratum, Aspicilia caesiocinerea, A. intermutans, Lecidea sp., L. fuscoatra, Xanthoparmelia conspersa, X. tinctina, Tephromela atra, Lasallia pustulata, Umbilicaria grisea, Pertusaria corallina, P. rupicola, P. amara, P. flavicans, Caloplaca sp, y C. carphinea. Una lista habitual de los granitos y gneises del oeste español. Aquí, en estas crestas, que rondan los 1.000 metros , en los alrededores de la estación de Linarejos, de Ferreras de Arriba o de Tábara, muy frías durante el invierno, se encuentran además cositas poco comunes, o al menos que no estoy muy acostumbrado a encontrar: Orphniospora moriopsis, Dimelaena oreina, Protoparmelia badia, Pertusaria lactea, Cladonia gracilis, Parmelia glabratula subsp. fuliginosa. La verdad es que esta variedad, así a bote pronto, tiene su razón de ser: orientaciones verticales, superficies horizontales, escorrentías, superficies musgosas, … muy entretenidas estas cuarcitas. Estos diques de cuarcitas rompen las laderas cubiertas de urzes donde su pobre suelo, mezclado con derrubios de esos mismos diques se cubren con discreción con Cladina arbuscula. Sierras solitarias donde la soledad, la piedra dura y el mito envuelven al naturalista en su lento caminar.
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